PRÓLOGO
Aquella noche se había desmarcado de las demás desde que el
atardecer tocó a su fin. Comunicaron a los vecinos de la calle New
Hope que la central eléctrica que alimentaba el barrio se encontraba
en llamas. Un incendio había devorado todo el lugar y, al menos
durante unos días, no se suministraría electricidad a la zona.
Tras la puesta de sol, el lugar presentaba un aspecto más cercano a
principios del siglo pasado que a nuestro tiempo. La oscuridad
invadía por completo cada rincón de las calles, menos transitadas
que nunca y bañadas por una intensa lluvia tan refrescante como
inesperada, las velas constituían la improvisada fuente luminosa
aquella noche y su tenue luz se escapaba por las rendijas de las
decenas de persianas y ventanas cerradas a cal y canto que se
repartían por las distintas fachadas. La casa dueña del número
diecinueve de aquella misma calle, sin embargo, no parecía contener
el menor rastro de luz en su interior, el jardín se encontraba
invadido por las malas hierbas y el aspecto exterior de la casa no
parecía más cuidado que él. A simple vista parecía estar
inhabitada, una casa que en una noche como aquella se confundía con
la oscuridad volviéndose casi invisible, como un espejismo entre
las gotas de lluvia. Su interior en cambio desentonaba por completo
con el resto, las salas y habitaciones parecían retratos de las
antiguas mansiones aristócratas, una decoración clásica y elegante
que transportaba a épocas pasadas a cualquiera que tuviera el
privilegio de apreciarla.
En la sala principal, iluminada por el fuego de una gran chimenea, se hallaba sentado y con la mirada perdida en el techo el joven heredero de todo aquello, Marco Vans. Hacía ya más de dos años que vivía sólo y sin embargo aun no se había acostumbrado a las noches en las que la soledad y la literatura eran sus únicas acompañantes, sentado sobre el sillón de cuero blanco sostenía una gruesa novela que hacía ya minutos que había olvidado, el fuego iluminaba su media melena castaña, dándole un color más claro que de costumbre y provocando que unas gotas de sudor comenzasen a resbalar desde su frente. Él seguía inmóvil, cómo hipnotizado por el sonido de las gotas de lluvia chocando contra las ventanas tras las gruesas cortinas que evitaban en paso de la luz, durante un instante dio la impresión de que aquellos enormes trozos de tela colgante se mecían como movidos por la brisa, lo cual se antojaba imposible con todas y cada una de las ventanas cerradas.
El heredero soltó el libro, dejándolo caer sobre otras tantas novelas que parecían haber acabado en el suelo de la misma forma que aquella. Se mantuvo quieto unos segundos y tras un profundo suspiro se levantó del sofá en dirección al fuego, junto a la chimenea había un pequeño cubo rebosante de agua que el joven utilizó para apagar las llamas, tras hacerlo accionó una palanca y una lluvia de arena descendió sobre la madera aún candente. La luz desapareció por completo y el chico volvió, caminando entre la oscuridad, a su asiento. Mientras se dirigía a él, algo le hizo detenerse, un sonido comenzó a invadir la sala incluso por encima de la percusión de las gotas de lluvia, parecía el de hielo resquebrajándose y se hacía cada vez más fuerte hasta que entre la oscuridad, el chico acertó a descubrir la fuente del ruido, tanto los cristales de las estanterías como los que protegían los cuadros se habían congelado y se deshacían en pedazos, segundos después les siguieron las ventanas y lámparas, incluso los lujosos muebles comenzaron a resquebrajarse como el hielo tras unos instantes. La sala al completo se había congelado y la temperatura parecía haber descendido varios grados de golpe, el aliento del chico comenzó a formar pequeñas nubes y su cuerpo, invadido por el desconcierto y frío, dejó de responder como quisiera. Aquel ruido comenzó a resonar sobre la estancia, esta vez más fuerte que nunca pese a que ya absolutamente todo se había congelado. Al volver a oírlo el chico echó un vistazo rápido a su alrededor, todo se mantenía inmutable, volvió a inspeccionar la sala una y otra vez hasta que le rondó la mente una idea terrorífica, antes de que pudiera corroborar sus sospechas un insoportable dolor le atacó el brazo, al mirar descubrió como gran parte de él se había resquebrajado y las grietas ascendían camino al hombro, sintió aquel mismo dolor en la pierna pero esta vez no miró, estaba de más. Ni tan siquiera podía huir, la única parte sobre la que conservaba el control era el cuello y de poco le servía para escapar de allí, el dolor se fue haciendo cada vez más insoportable y el sonido más estruendoso hasta que las grietas invadieron el pecho, el chico soltó un quejido ahogado y el fuego de la chimenea se avivó de pronto como en un estallido, las llamas sobresalieron con creces la estructura de la chimenea y durante un momento todo el salón parecía a punto de ser devorado por ellas, el chico cerró los ojos instintivamente y al abrirlos todo el hielo había desaparecido, el fuego tampoco había dejado rastro y él se encontraba sentado en su sillón de piel blanco. Sin embargo aquello no había sido un delirio, frente a él no se hallaba la chimenea como debía, en su lugar encontró un sillón del mismo tamaño y color que el suyo ocupado por un extraño ataviado con una túnica negra cuya capucha no permitía ver el rostro. Ambos guardaron silencio durante unos segundos que al chico se le hicieron eternos, silencio que quedó en nada cuando el joven reunió el valor para dirigirse a aquel extraño.
En la sala principal, iluminada por el fuego de una gran chimenea, se hallaba sentado y con la mirada perdida en el techo el joven heredero de todo aquello, Marco Vans. Hacía ya más de dos años que vivía sólo y sin embargo aun no se había acostumbrado a las noches en las que la soledad y la literatura eran sus únicas acompañantes, sentado sobre el sillón de cuero blanco sostenía una gruesa novela que hacía ya minutos que había olvidado, el fuego iluminaba su media melena castaña, dándole un color más claro que de costumbre y provocando que unas gotas de sudor comenzasen a resbalar desde su frente. Él seguía inmóvil, cómo hipnotizado por el sonido de las gotas de lluvia chocando contra las ventanas tras las gruesas cortinas que evitaban en paso de la luz, durante un instante dio la impresión de que aquellos enormes trozos de tela colgante se mecían como movidos por la brisa, lo cual se antojaba imposible con todas y cada una de las ventanas cerradas.
El heredero soltó el libro, dejándolo caer sobre otras tantas novelas que parecían haber acabado en el suelo de la misma forma que aquella. Se mantuvo quieto unos segundos y tras un profundo suspiro se levantó del sofá en dirección al fuego, junto a la chimenea había un pequeño cubo rebosante de agua que el joven utilizó para apagar las llamas, tras hacerlo accionó una palanca y una lluvia de arena descendió sobre la madera aún candente. La luz desapareció por completo y el chico volvió, caminando entre la oscuridad, a su asiento. Mientras se dirigía a él, algo le hizo detenerse, un sonido comenzó a invadir la sala incluso por encima de la percusión de las gotas de lluvia, parecía el de hielo resquebrajándose y se hacía cada vez más fuerte hasta que entre la oscuridad, el chico acertó a descubrir la fuente del ruido, tanto los cristales de las estanterías como los que protegían los cuadros se habían congelado y se deshacían en pedazos, segundos después les siguieron las ventanas y lámparas, incluso los lujosos muebles comenzaron a resquebrajarse como el hielo tras unos instantes. La sala al completo se había congelado y la temperatura parecía haber descendido varios grados de golpe, el aliento del chico comenzó a formar pequeñas nubes y su cuerpo, invadido por el desconcierto y frío, dejó de responder como quisiera. Aquel ruido comenzó a resonar sobre la estancia, esta vez más fuerte que nunca pese a que ya absolutamente todo se había congelado. Al volver a oírlo el chico echó un vistazo rápido a su alrededor, todo se mantenía inmutable, volvió a inspeccionar la sala una y otra vez hasta que le rondó la mente una idea terrorífica, antes de que pudiera corroborar sus sospechas un insoportable dolor le atacó el brazo, al mirar descubrió como gran parte de él se había resquebrajado y las grietas ascendían camino al hombro, sintió aquel mismo dolor en la pierna pero esta vez no miró, estaba de más. Ni tan siquiera podía huir, la única parte sobre la que conservaba el control era el cuello y de poco le servía para escapar de allí, el dolor se fue haciendo cada vez más insoportable y el sonido más estruendoso hasta que las grietas invadieron el pecho, el chico soltó un quejido ahogado y el fuego de la chimenea se avivó de pronto como en un estallido, las llamas sobresalieron con creces la estructura de la chimenea y durante un momento todo el salón parecía a punto de ser devorado por ellas, el chico cerró los ojos instintivamente y al abrirlos todo el hielo había desaparecido, el fuego tampoco había dejado rastro y él se encontraba sentado en su sillón de piel blanco. Sin embargo aquello no había sido un delirio, frente a él no se hallaba la chimenea como debía, en su lugar encontró un sillón del mismo tamaño y color que el suyo ocupado por un extraño ataviado con una túnica negra cuya capucha no permitía ver el rostro. Ambos guardaron silencio durante unos segundos que al chico se le hicieron eternos, silencio que quedó en nada cuando el joven reunió el valor para dirigirse a aquel extraño.
-- Allanamiento de morada, así lo llamamos aquí – acertó a
decir ante la sorpresa del extraño, que parecía esperar una
reacción diferente ante su presencia.
-- ¿ Acaso no sientes miedo?
-- Al principio admito que si, lo tuve – respondió mientras se
levantaba del sofá y caminaba hacia su misterioso invitado. -- Pero
haciendo caso al sentido común, lo más probable es que todo esto no
sea más que un sueño.
-- ¿Un sueño? -- Interrumpió tras una fugaz risa, -- créeme,
esto no es un sueño.
Marco finalmente llegó a la posición del extraño disimulando el miedo, se
mantuvo inmóvil frente a él un momento y se armó de valor para
quitarle la capucha que le cubría el rostro, antes de que el joven
pudiera hacer cualquier gesto una ráfaga de aire gélido lo empujó
hacia atrás hecíendolo chocar contra el sillón, el golpe le
provocó una pequeña brecha en la cabeza que no tardó en empapar de
sangre gran parte de su cráneo. Algo aturdido se llevó la
mano a la parte posterior de la testa confirmando la hemorragia.
--¿Se siente dolor en los sueños? -- preguntó burlándose el
extraño. -- Siéntate.
Él obedeció de inmediato, se levantó del suelo con dificultad y ocupó
asiento sin mediar palabra, el miedo era ya imposible de disimular.
-- Presta atención porque no repetiré lo que voy a decirte, estoy
aquí para proponerte algo – el extraño levantó la cabeza hasta
que la capucha dejó al descubierto los ojos, que miraban al chico
como un cazador a punto de abatir a su presa, la seguridad de su
mirada se acompañaba de una sonrisa que helaba la sangre. -- Un
juego.
El chico no se atrevía a preguntar, hacía rato que le costaba
mantenerse concentrado y temía no encontrar las palabras adecuadas,
lo último que quería era interrumpir a aquel extraño. Sin embargo
su interlocutor tampoco continuó con su propuesta.
--¿Un juego? -- terminó por preguntar
--¿Un juego? -- terminó por preguntar
-- Eso es, un juego. Sal vencedor de él y tendrás más poder del
que pudieras imaginar, tendrás todo lo que quieras al alcance de tu
mano. Este mundo... será tuyo.
El joven heredero se encontraba cada vez más débil, la sangre ya había
formado un reguero que le ocupaba casi toda la espalda tiñendo de
rojo la camiseta y el respaldo del sillón, sentía que podría
perder el conocimiento en cualquier momento.
-- ¿Sobre qué trata el juego?
-- El último superviviente será el vencedor.
Guardó silencio un momento, pensativo y con la mirada fija
en el suelo se dispuso a formular la pregunta que le carcomía.
-- ¿A qué hay que sobrevivir?
-- A tus rivales, mata o muere, es la única premisa de este juego.
Sin embargo cualquier jugador que perezca durante el juego será
juzgado y se le devolverá la vida si así lo merece. No vas a
quitarle la vida a ninguna buena persona si es eso lo que te
preocupa.
-- Aún así, perder significa la muerte. Me temo que prefiero no
arriesgarme.
-- Esa herida en tu cabeza te matará antes de que yo desaparezca,
si no aceptas jugar morirás de todas formas. Además si consigues
salir victorioso tendrás la oportunidad de traer a Ángelo de vuelta.
Mientras decía esto un pergamino de aspecto milenario apareció en su regazo junto a una pluma con lo que parecía tinta roja en la punta.
Mientras decía esto un pergamino de aspecto milenario apareció en su regazo junto a una pluma con lo que parecía tinta roja en la punta.
-- ¿Qué sabes de mi hermano?
-- Sigue vivo, no tardarás en cruzarte con él si aceptas jugar.
No estoy dispuesto a perder más el tiempo Marco, firma ese papel o
rechaza la mayor oportunidad que se la ha ofrecido a un hombre.
Decide ya.
El joven cogió la pluma y plasmó su firma en aquel contrato sin perder un segundo, tras hacerlo notó como la herida de su cabeza cicatrizaba por completo y comenzaba a recuperar plenas facultades, se sentía más vivo que nunca. Sin embargo no fue lo único que cambió, tras firmar observó como a la espalda de aquel extraño se descubrían cuatro hombres vestidos con una túnica parecida, estaban de pie, completamente inmóviles.
-- Bien Marco, has decidido bien.
Tras estas palabras las cuatro esbirros del extraño comenzaron a
caminar hacia el chico, antes de que pudiera reaccionar dos de ellos
se abalanzaron sobre él ante la mirada impasible del extraño, un
tercero se unió empujándolo contra el sillón. En cuestión de
segundos los tres esbirros lo habían inmovilizado y el cuarto sacaba
amenazante una pequeña daga, Marco no tardó en deducir sus
intenciones. Cuando apenas quedaban unos pasos para que el portador
de la daga alcanzase una distancia peligrosa Marco reunió toda las
fuerzas que le quedaban y consiguió zafarse del esbirro que le
inmovilizaba el brazo, con la mitad del cuerpo libre
consiguió golpear a los otros dos y esquivar al que se acercaba con
el arma corriendo hacia el extraño, que seguía sentado y
disfrutando del espectáculo. A apenas dos metros Marco levantó el
brazo con el puño cerrado buscando reunir toda la fuerza que pudiera
en el golpe que haría escarmentar a aquel traidor, sin embargo a
unos pocos centímetros de su objetivo el chico paró en seco. Todo
su cuerpo excepto la cabeza se había congelado, a menos de un palmo
de distancia se encontraba el extraño que seguía ocupando el sillón
frente a la figura helada del chico, preso en un bloque de hielo, un
segundo más le habría bastado para volcar su furia en la cara de
aquel extraño.
– Impresionante – susurró mientras se levantaba por primera
vez de su asiento a la vez que caminaba por su lado hasta perderse a
su espalda. – Volveremos a vernos
Antes de que Marco pudiera contestarle una afilada lanza de hielo apareció disparada desde la oscuridad atravesando el bloque que lo encerraba de un lado a otro, y con él el pecho del chico, que perdió el conocimiento casi al instante.
– El corazón, ese es vuestro punto débil – fue lo último que el joven oyó de voz de su asesino.
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